Como no quiero hacer spoiler del anterior volumen de la trilogía, El silencio de la ciudad blanca, voy a centrarme en lo fundamental.
Este libro ha sido leído en plena ola de calor pandémica en Madrid y, sinceramente, doy gracias porque discurra en invierno, en varias localizaciones además de en Vitoria (la Ciudad Blanca), cada escena en exterior traía consigo no sé, como un airecillo helador que daba gusto. Bien por Sáenz de Urturi por crear tan bien las escenas.
Al grano, Unai López de Ayala y sus amigos de infancia (a saber, los ya conocidos en el primer libro: Asier, Jota y Lutxo) fueron testigos de un hecho que les dejó marcados para siempre durante un campamento de verano en la costa de Cantabria. Fue hace más de 20 años, pero lo que pasó allí vuelve con ganas de venganza y de ajustar cuentas.
Los amigos de cuadrilla del inspector López de Ayala están siendo objeto de persecución y ejecución de un asesino que recrea un rito celta (lo de antiguo obviamente viene implícito en que sea celta) que tiene como centro el agua: son los ritos del agua.
De nuevo Unai, Esti y Alba se ven envueltos en persecuciones, intentos de asesinato, asesinatos de verdad, relaciones con un par de hackers desnortados y algún que otro problema grave de comunicación…
Lo bueno es que las almendras garrapiñadas del abuelo no faltan a lo largo del desarrollo de la trama, porque una buena garrapiñada a tiempo puede salvar más de una vida.
Un comentario Agrega el tuyo